Saturday, April 18, 2009


Puerto calcinado (2002)
Editorial Externado de Colombia
Nadie Nos edita editores (2008)


Puerto Quebrado

Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.

Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.

Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.

Si supieras que ese río corre
y que es como nosotros
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.

Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.

Llanto

María,
hablo de las montañas en que la vida crece lenta
aquellas que no existen en mi puerto de luz,
donde todo es desierto y ceniza
y es tu sonrisa gesto deslucido.

Allí es Enero el mes de los muertos insepultos
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas.

Hablo María
de esta tierra que es la sed que vivo
y el lecho en que la vida está enterrada.

Piensa niña,
en que esto no es vivir
y la vida es cualquier otra cosa que existe
húmeda en los puertos donde el agua sí florece,
y no es hoguera cada piedra.

Acuérdate, María,
que somos
pasto de perros y de aves,
hombres calcinados,
cortezas vacías
de lo que éramos antes.
¿De qué estás hecha?, niña mía,
por qué crees que puedes coserle la grieta al paisaje
con el hilo de tu voz,
cuando esta tierra es una herida que sangra
en ti y en mí
y en todas las cosas
hechas de ceniza.
En nuestra tierra,
los cuervos lo miran a uno con tus ojos
y las flores se marchitan
por odio hacia nosotros
y la tierra abre agujeros
para obligarnos a morir.

Fervor de tierra


Que este hambre propio
existe,
es la gana del alma
que es el cuerpo.

Blanca Varela.

Yo digo
fervor de tierra,
y es la maleza
que es el tiempo
y es la maleza
que es Dios
creciendo en descampado,
la maleza de Dios,
que es el cuerpo.

Pero nadie se ocupa del fervor
del sagrado corazón,
sagrado pulmón,
nuca,
falange,
costilla
del sagrado húmero ya no se ocupa nadie.

Yo digo
fervor de tierra
y es la rabia que cosecha el cuerpo
que lo taja
y lo hunde en la maleza de los días.

Tenemos un fervor ufano,
profano,
fervor desde arriba,
desde abajo
y en la tierra
que es donde ponemos la herida que nos hizo la mano de Dios:
el cuerpo.

Yo digo
fervor de tierra
y es la maleza
la rabia que nos siembra
en la tierra del fervor.




Historia

Mi confesión tiene miedo
aún así,
deja que pase
que esto que escribo no es como hablar,
niño,
sólo es dejar de hacerlo
y la que nada puede
es la que dice que no
que me tapo el vacío con el cuerpo
y lo que oigo
no es el sonido
de lo que viene a instalar la madrugada rugiente,
los estíos
las pérdidas,
sino la voz
de los que no te dejan dormir
cuando dicen
que hay que pagar por el sueño
y acordarse de lo peor
que es Dios resbalando
en las mejillas
de los niños
que saben que van a morir.
Mi confesión tiene miedo
pero esto que escribo
no es como hablar, te digo,
sólo es dejar de hacerlo
me tapo el vacío del cuerpo
que es lo que como
y rompo
y malgasto
en la trastienda del amor
y la palabra
que es la que nada puede
es la que dice
que no guardes mi tiempo plisado
en tu baúl de escolar
mientras confieso
que no hago otra cosa que mirarte
y que esto que escribo no es como hablar
que me tapo con vacío el cuerpo
que es lo que tomo
y rompo
y reclamo
en la trastienda del amor.
Mi confesión tiene miedo
y dejas que pase
y los que no nos dejan dormir son los que dicen
que Dios resbala en la mejilla de los que
van a morir temprano
y se acuerda de lo peor,
de que esto que como
y rompo
y malgasto
es la trastienda de mi amor.
Y los que no nos dejan dormir
saben
que hay que pagar por el sueño
y doblarlo
y temerlo
arrugado
en tu baúl de escolar
que es lo que nada puede
pero dice
que me gusta saber que estás cerca
y que escribo para no hablar
de los días
y de lo que urgente
se prepara para pasar.


Laberintos

Sé que caminamos por vías paralelas
hacia el centro de algo.
Pero mientras anochece en ti y en mí
ya no hay retorno.
No ignoras que para Ariadna
el hilo era una forma de llegar adentro.

Sunday, April 12, 2009

El hombre y la Mujer


Durante un tiempo, que entonces parecía largo, Aura entendió que en la casa de su padre, cuando menos, los niños eran justa y solamente niños, unidos y revueltos, sólo eso. Mientras que los hombres eran hombres y mujeres las mujeres, ella y sus hermanos eran niños para nombrarlos y vestirlos, como si algo de lo que eran para entonces hubiera sido perfectamente intercambiable, es decir, imposible de separar, como incluso los quehaceres cotidianos exigían constatarlo. Lo sabía el padre que compraba siempre cuatro duraznos rigurosamente idénticos, y lo sabía la madre que los dormía siempre con un idéntico beso y los juntaban para casi todo.
Mientras fueron niños Aura casi no sentía qué otra cosa además del nombre iba a poderla separar de sus hermanos, mientras fueron niños Aura casi no sentía que era ella la única mujer. Eran justo y solamente niños, temían a cosas invisibles y nada podía separarlos.
Ahora bien, hay siempre un día en que la madre determina compartir su miedo con sus hijos y así es como decreta el final de la niñez. Bernardina les dejó saber a ellos de repente que en la casa había problemas económicos, dijo “nosotros” y los incluyó de repente en este mundo, en el mundo particular de los que viven de manera muy modesta en el sur de Italia de los años 10, donde ciertas cosas se estaban acabando para siempre.
Fue así, Francesco y Paolo, los hermanos mayores, que apenas tenían cuerpo de muchachos, miraron a su madre fijamente por primera vez. Alguna parte de lo que de ese modo habían comenzado a ser se atemorizaba, pero otra –mucho más preciosa para ellos- se gratifica y casi celebra la invitación. Todo indica que sin ellos la vida no seguirá siendo vida en adelante. Todo indica que se han picado de la voluntad de componer las cosas a su modo. Aura misma recordó dos días antes cuando vio a su padre a las cuatro de la tarde separando monedas en la mesa, Francesco siempre tiraba torpemente las monedas, pero ahora las había estado separando, lentamente, como un niño y por eso Aura es quien fijó la mirada en la nada por primera vez. Alguna parte de lo que ella comenzaba a ser estaba desmedidamente triste y al revés de los hermanos no temía por ser capaz de componer las cosas a su modo, temía por la parte de la vida que se vuelve incorregible, temía que tal vez hubiera en el alma de su padre una región ahora inconsolable.
En ese momento ella tuvo una primera y refinada noción de la piedad, que era justamente la verdadera diferencia, la parte de su ser que no era intercambiable.
Aura y los hermanos recibieron su miedo natural a lo visible y de ese modo la madre decretaba el final de la niñez. Se habían separado de repente. Los hombres se habían vuelto hombres y la mujer ya era una mujer.

.


Escribimos para no hablar Más de lo mismo, para cambiar el ritmo, volcar el ritmo;
Para poner la máquina a andar.
Escribimos para olvidar.
Escribimos ruidosa y velozmente y para poder hacerlo de un modo físico.
Por una cuestión del cuerpo, porque es del cuerpo y le cuesta al cuerpo.
Escribir es derrumbarse.
Somos de lo que tiembla -queremos que dure-. Escribir es nuestra manera de insistir, escribir
es nuestra manera. Lo hacemos para no hablar Más de lo mismo, para restituir.
Escribir es nuestra manera de creer.



Escribimos para no hablar Más de lo mismo, para cambiar el ritmo, volcar el ritmo;
Para poner la máquina a andar.
Escribimos para olvidar.
y hacerlo de un modo físico.
Le cuesta al cuerpo.
Escribir es nuestra manera de insistir,
escribir es
nuestra manera.
no hablar Más
de lo mismo.

Wednesday, April 8, 2009

A las cosas que odié


La lluvia



Si nevara en esta ciudad,
la gente no tardaría en escribir
lo que el tiempo no tardaría en borrar




Ver llover

Sé que la lluvia también es un dios, atroz como el otro, calmo como el otro. Lo sé porque veo a los hombres pronunciar alelados los dos nombres posibles de la lluvia en sus tardes más grises, diciendo:
ven y bórralo todo,
ven y llénalo todo.
Y siento la fe del hombre que trabaja por el premio de la lluvia, que es el agua misma que la tocó a ella, que la bañó a ella, en la que ella ya durmió. Y sé que a todos les espanta ese rumor a cuentagotas que viene con su misma cantata sin desuso y obliga a correr apresurados y cerrar las puertas de las casas que
de no ser así se llenarán de lluvia
y serán de la lluvia hasta caer.











También las cosas se desean
se allegan por eso por la sombra, cuando nadie las ve,
así como el hombre que camina por rozar la tierra que ella ya tocó,
en que ella ya durmió;
así como el agua de la lluvia,
yo,
así como el agua de la lluvia el que recibe el rozar de tus cabellos,
mujer -y no lo sabe-,
el que mira las cosas que tú ves y se estremece por un olor que fue primero tuyo, mujer, -y no lo sabe-.

Pues es verdad
también las cosas se desean,
igual que el río que en la tierra cae por tocarla, igual tu cuerpo dentro y fuera del aire,
pesando en la tierra y avanzando a trechos de luz.
Y es verdad que llueve, sobre el fondo pardo y recio de la tarde, llueve, sobre la espalda de la amante llueve solamente
y con el único fin
de que un tramo de luz se desplome de tus hombros, mujer, suele llover sobre los bordes raídos de la hierba, los bordes que mordió la brisa sólo para pasar sobre ti
-aunque no sepas-, aunque no aciertes a ver
que las cosas -inconscientes, silenciosas- se deslizan por el deseo de estar juntas.






Sé lo que dije:

la lluvia es un dios

y la estrechez de nuestras calles el anuncio de un tren
que se va definitivo,
cargado de prodigios;
el tren del día que se cobra
todas las cosas
que ya no conocerás,
lo que nunca te hará mal.

Sé que la lluvia
es tierra ceremonial
y por eso tú,
intacto,
vuelves a tu casa
huyendo del agua,
-soslayando el rumor-
pero sabiendo,
al final,
que esa mujer se adornaba con el agua
-flor de marfil-
que ella era bella por la lluvia
-pincel del aire-
y que el sonido repetido en cada calle
era ella
-rincón del mundo-
y que el rumor indescifrable
era su nombre
aún sin pronunciar,
porque al final,
el tren también es ella
que se va
con su beso detenido,
confundido entre las cosas que ya no sucederán.


Desierto

La tierra que jamás quiso tocar el agua
es el desierto que al norte está creciendo como un estrago de luz.
Pero los hombres que han visto el despoblado
-su amplitud sin sobresaltos-
saben que no es cierto que la tierra esté reseca por capricho,
o sin ninguna bondad;
es nada más su manera de mostrar
lo que transcurre bellamente sin nosotros.














2.

Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena
sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
un señor del desierto
que sabe
que,
como la sombra,
hay cosas que existen
con la fuerza de la luz
que las rechaza.





Nada se queda

No se queda el aire
no queda el verano,
no el grito
no las mujeres;
no queda ni el largo vacío de todo lo que parte.

Y si sigue el azul
sólo está aquí
como prueba del derribado paisaje.

Todo está huido:
las montañas
y las camadas de aves
y si aquí están los grillos
y las begonias
no es por dar luz
o porque existan
es porque todo lo que sembramos
fue hace ya tiempo quemado,
mezclado
en la fugitiva borrasca.

Tu crees que algo oculto nos queda
pero no es esto la espesura
la selva
es lo que desciende de tus cabellos.
No es nada más.
Y si nosotros quedamos
no es porque estemos aún en la tierra
es para estar atender a la migración,
a la costumbre de irse
que parecía tan natural
pero era,
justamente,
la cosa que dolía.











Quiero saber qué es la piedra
que tanto me conmueve
qué es en verdad,
la ruina que nombro.
También escribir es derrumbarse

Saturday, April 4, 2009

CHINATOWN A TODA HORA


“Chinatown a toda hora” y
“Hay que comer”




Center

A las cuatro y cuarto
entre los viajantes de Chinatown
le digo:
Yo sobreviví al terremoto y al agua.
Soy 1979 partiéndose en dos
y lo que usted piensa ahora mismo,
también lo soy.
Soy una muchacha suave
-soy china-
Como esa que cree usted
se vería mejor callada
y despeinada
en otra parte
y no aquí,
que se vería muy bien desnuda
y estirada
en un cuadro de Modigliani.
Soy ella.
Sí.
Y, por supuesto,
señor,
yo soy Modigliani.
Soy la punta de la estrella,
y la cosa de papel que cae desde el aire en los aniversarios,
el autor de la teoría
de que el espíritu
es el hueso que no se puede roer.
Soy las ganas de romperse y de decir algo.
No puedo pagar la entrada al cine,
pero salgo en todas las películas
y por eso estoy sucio
y cansado
y más triste que dios.
A esta hora soy el cartón
y la masa
y la muchacha ideal,
la esterilla de papel
y la esquina morada
y lo que dejaste en la estación.
En el año de 1979 yo le doy la vuelta a mi casa
y la hago explotar.

Yo soy el pie en el estribo
y la última cosa en que pensó Paul
y soy capaz de decir cualquier cosa porque estoy sucio
y no puedo pagarme la entrada al cine.
Soy el autor de la teoría del espíritu
y soy un lado del espíritu

soy la muchacha ideal.

En verdad,
señor,
yo soy Chinatown.
A toda hora
y en demasía,
tengo una calle en cada esquina del mundo
y soy,
naturalmente,
lo único que nos queda.


Señorita

Nos sobra
esa reserva
-Infinita-
de la cosa que no dura,
quiero decir,
tu piedrecita más brillante
-linda-
superchería
de Chinatown.
Tú,
tu río de cosas,
la piedrecita de metal pulido
luz fatua
fruslería
-Todo Frágil-
Y sin embargo,
tu
ser capaz
de ser
esa muñeca
china y feliz,
quiero decir,
que importa,
el gesto tuyo
quitarte todo,
-y no-
la piedrecita de metal pulido,
que brilla del lado que no vale nada
e importa,
quiero decir,
es nuestra reserva infinita
de esa cosa que no está supuesta a durar


Otra Postal de Sequia


Con el perro,
amor,
hubo la casa,
el jardín ,
la verja,
el ciudadano,
medianoche,
el recorrer,
dar la vuelta
y pasear
-La vida esa-
sí,
el ruido del vecino,
la nobleza que tuvo
su dar la mano
matinal.
Claramente,
con el perro
hubo animal
que espera
y muerde
y pasta
como todo,
animal,
que si se enferma
y pesa
y muere
y tiene nombre
es animal
de fondo,
si le da rabia
y miedo
y si no es hombre
ni es monstruo
para nadie.
Con el perro
amor,
hubo la casa
cartas de él
Garúa mía,
que te espero,
manera suya
decir:
Garúa mía
si no vienes
ten bondad;
no avises
y mi manera
manía mía
de pedir que venga
con la misma palabra con que pido que se vaya


TODAS LAS COSAS


Al corazón escabroso,
la china,
despacha:
300 millones de arroz blanco,
cajones de peces tiernos,
monstruosas
anguilas/
jugosas,
/largas/
botellitas verdes
la mesera
china/
espigada,
su bandejita plástica
TODO SUCIO.
Es ella,
claro,
llevar la bandeja,
estar rendida
y hacerse
así,
recostada,
la mujer
más
tremendamente real.
Mientras,
se ve,
se avisa,
al otro lado de ese sueño esbelto
eso de que
TODO
pero
TODO:
la vajilla doméstica
la bombilla de luz
la camisa de fiesta
la vela del santo
el santo…
y todo
en verdad
son cosas
que nos vienen de china.
Del país de en medio
la marca que incide
la huella que insiste
/aclara/
No nos queda ya
ninguna otra palabra para hablar de las cosas.
No nos queda,
sino
sólo
esta
voraz
letal
fabulosa
obsesión por la repetición y el pensamiento serial

de Chinatown
donde vimos serpentina,
y la forma funicular
definitiva,
finisecular,
la fabulosa celebración del objeto
y de aprender
a decir palabras
con las cosas
en tanto,
sí,
atolondramos como estamos
por la cosa a secas
sucede aquí,
a toda hora
y en demasía,
que la China
Despacha.



***
Tuve un amigo,
siempre invisible para alguien
en el bazar
la japonesa
estornuda
-la holandesa aprende a bailar-
Y la gente
Garúa mía,
-Preciosa-
-perdida-
está de viaje.

Una muchacha china,
dormida,
ovillada en la esquina,
apabulla toda estreches.
Mientras,
otra china
despierta y tú
-Garúa mía-
pérdida
¿Qué buscando?...
te derrota
el sueño,
el idioma
-la acumulación-
el que te dice
esa palabra en espanol,
la dice como si te diera algo.

Garúa mía,
mi temblor se arrodilla
y en la vereda,
tiesa de andarla,
va tu lado siempre invisible para alguien.
Y tú temblor se arrodilla
Y no se te nota nada,
Garúa,
blanca,
besaste al beduino
y sigues blanca
él lloró inconsolable sobre ti
Lloraba en ti
-no por ti, Garúa, no,
lloraba el rastro terrible
de la terrible violencia.

***

Berlín

las ganas de decirlo
la marca que sube
la piedra que traigo en la cabeza
las ganas de quebrar,
de que suene
y que viré,
nuevamente
La parte real.

por eso digo:
Berlín,
-a ti y a ella-
sólo les queda
testimoniar:
negro al negro
cuerpo al cuerpo
amor al amor.
y lo más o menos vivo
en toda cosa que quedaba erguida
el pedazo,
la parte,
o mejor decir
la cosa que insiste,
quiero decir,
Berlín,
y las ganas de decirlo,
la marca que sube,
la piedra que traigo en la cabeza,
las ganas de quebrar,
de que suene
que vire
y quede sólo
la parte que quebraste.

La estirpe tétrica


En nuestro tiempo es posible agrupar, colectar y archivar cualquier cosa, esto es, si me explico; la reserva de víveres para un mes o una semana, la Historia, la lista de contactos, los viajes hechos a toda prisa y todo el lenguaje y toda celebración contenida, todo en álbumes. Podríamos haber creído que tanta experiencia condensada es prueba de intensidad… pero nos movimos tanto, por todas partes y por el mero interés de seguir colectando y muy fieles seguir llenándonos de insólitas marcas que al nos dimos a llamar "nuestros nuevos saberes", que entonces pasamos de todo, no nos dio miedo ni lástima cambiar de casa, ni habernos mezclado en tanta cosa innombrable, innumerable, que en su momento….Y siempre logramos superar las temporáneas obsesiones y tanto entusiasmo porque al final debió ser que nunca nada nos llegó a importar tanto en verdad. Pasamos de ello porque aún cuando en las noches nos sentamos a contarnos cada pasaje, cada estancia, no es que fuera posible decir que habitábamos las casas o los lugares de viaje, es que no fuimos certeros expatriados ni tampoco visitantes. No nos hemos afinado en el arte de habitar ciudades, habría que decir, en virtud de ser exactos, que nosotros nos especializamos en abandonarlas.

La galleta de la suerte

¿Te dije? A toda hora pedimos comida china. Nada más hace una semana y ahora, nuevamente, la comida china es lo que viene cuando no tuvimos más tiempo. Cualquier cosa que traigan los chinos va a estar bien para nosotros, cualquier cosa que ellos traigan nos ayuda. Lo que sea, mucho mejor si alguien borracho no piensa en lo que come, mucho mejor si alguien necesita comer arroz blanco y tierno con cualquier cosa que traigan de carne, si acaso es carne. La pedimos todo el tiempo. Hemos pedido de esa comida tantas veces que ahora una noche de no comerla significa algo. Esta noche; por ejemplo, algo más está pasando y se sabe porque comemos fuera y no hay –hoy no- sobrecito y palito de plástico y mucho menos, claro está, la galletita de la suerte, el mundialmente popularizado casco de nueces de nuestra bella ventura: You will have a bright future. Be nice

La vida es física


La vida fisica

Si casualmente en la mitad del camino entre la ciudad y la casa a la que vinimos a vivir se rompiera el tren, nos caería como piedra sólida la certeza de que andábamos viviendo en mitad de la nada. Roto el tren y nosotros en medio de este vastísimo despoblado, perderíamos la cantidad suficiente de velocidad como para tener que, así de pronto, reconocer… ¿Qué cosa?... esa esquina blanqueada de este país en la que terminamos por reunirnos, la visión más saludable del mundo, la grama más libremente domesticada.
Por supuesto es otro baldío, pero en nada recuerda nuestro baldío original. Entre estas casas recién pintadas y nuestros pueblos derrumbados hay cientos de diferencias aparentes, pero hay sobre todo una gran, gran, diferencia fundamental. Aunque aquí tampoco nos gusta vivir, esto lo escogimos nosotros.
En la casa todo el mundo está de paso, y por eso tienen siempre algo que contar. La verdad es que la anecdota y el aire del que la sabe propia es su más célebre posesión. Nosotros no tenemos nada más. No es que actuemos como pobres o estemos desamparados pero estamos de viaje y llevamos años así; derrochamos hasta el colmo nuestra natural posibilidad de conservar.
Estamos conscientes de que nuestra casa resalta por lo simple y sabemos que es triste y está húmeda, pero aún así. Es que no la vemos con ojos de pobladores. Ya que somos habitantes temporarios estamos dispuestos a conciliar, me da la impresión de que pensamos con la memoria y nos perdemos de los detalles.
Así, decía que podemos llegar a ser más, pero recientemente somos sólo cuatro; la alemana que no come carne y no violenta el ecosistema, el argentino y Melissa que es española, pero nacida en Escosia. Ella, debo decir, tiene fabulosas complicaciones. Cuando la conocí me pareció una muchacha exótica, pero eso fue solamente una constatación visual, lógicamente y asociada a su forma de hablar estudiada: la cadencia muy propia y ese decir las cosas con absoluta convicción, pero decirlas como susurrando, lo suficientemente perturbador y adicionarle su pelo rojo, su planta insumisa; la parte más viva del cuerpo mientras todo lo otro era un poco lento… lento porque Melissa era lánguida y blanca como una mujer antigua, una dama pálida de las que someten el ejercicio de respirar al atasco de un cinturón brevísimo. Melissa tenía las carnes de una diminuta muchacha china y las afiladas clavículas que le recordaban, sobre todo a ella, la incontenible existencia de su osamenta europea.
***
Melissa terminó por vivir en una pensión de estudiantes internacionales que adueñaba una mujer de Bangladesh. Lo de la casa no era lo más terrible, pero sí lo de la casera: uno punto cincuenta centímetros de furia pura y un deseo inconveniente y voraz de conseguir, a cualquier precio, algo de aprecio de los demás, resultado: una especie de huérfana eterna y también, lo que fue siempre para nosotros un tétrico y deslucido villano. El único afán legítimo de Shanaz, el único interés capital que podía cautivarla era el de colectar los dólares de la hipoteca mensual. A todo lo demás que existe en este mundo habría podido otorgarle alguna temporal importancia, pero nunca le daría, como le dio a la casa, su coraje y su devoción.
La compró para vivir en ella y evitarse la existencia de una casera triste, vieja y envidiosa que no la dejara pensar. Quería entrar y salir a cualquier hora, pintar las paredes de un color que produjera alguna sensación, perder el tiempo mudando cajas y macetas, echarse a dormir en cualquier parte., más o menos todo eso que al final ella nunca nos dejó hacer. Era su casa, claro, de ella que había querido siempre tumbarse durante meses sobre alguna cosa que, aún si pesara y existiera triste y monótonamente, sí, le fuera propia.
Compró la casa porque se figuró una vida de tres cuartos, sólo que eso no sucedió. Primero la casa, después la cámara de fotos y el resto: asador al patio, piscina inflable, verja blanca –inútil-, las lucecitas de navidad. Todo lo que es capaz de existir limpia y fotográficamente, ya que legalmente no le pertenecía en lo absoluto. Así era: estatuto legal en trámite, los sobrecitos esos que semanalmente se van al país. Hipotecar, sí, otros cuatro cuartos arriba, el tiempo y esperar lo que todas, que de un momento a otro, justo cuando ya no lo andaba buscando, llegara, finalmente, la redención marital, el buen hombre, con el que no hay que tener miramientos de nada, un Ciudadano, el amigo de los débiles, alguien que la cuide a ella. Sólo que tampoco sucedió.
Siete espaciosas habitaciones y una sala de estar. Nadie para verla mover cosas de un lado a otro de los cuartos, ver que el tiempo sí pasa, madurar, -aún no propiamente envejecer-. En medio de todo esto las cuentas creciendo. Las siete espaciosas habitaciones fueron mediocremente seccionadas por ella y así nació la pensión de estudiantes de Shanaz.
Poco antes de colectar los catorce incautos también apareció el buen hombre, el queridísimo Frank, el ciudadano, uno que descrito rápidamente se definía técnicamente como un lugareño sin casa. El tipo que colgaba las puntillas era el obediente de Shanaz. Ella era una terrible casera, no cabía duda, cobraba rentas de usura por catorce medias habitaciones en las que era difícil respirar, pero igual, en todo caso a nadie era capaz de torturar con eso simplemente, el asunto era de otra índole. Ella y Frank se quedaron también en la casa queriendo hacer lo que todo el mundo suponía como una vida conyugal, sólo que parece que no sucedió y ella seguía buscándole razones de peso a su vida. Hacia cursos de todo lo que se ofreciera en el barrio y compraba montones de naranjas y encendía velas y fingía con esmero que se preocupaba por los demás. La verdad era que andaba por todas partes escondiendo la emoción de fastidiada. Sabía que la gente se daba cuenta y se fastidiaba más. La conclusión de todo eso es, casi siempre, hacer dilemas de oficio, es decir, fastidiar. Puede ser que todo fuera por Frank, no sé. Era una terrible casera. Pero no podemos afirmar que no le quisiera a él. En lo que hace respecta, no cuestionamos los motivos de una mujer así.