Sunday, April 12, 2009

El hombre y la Mujer


Durante un tiempo, que entonces parecía largo, Aura entendió que en la casa de su padre, cuando menos, los niños eran justa y solamente niños, unidos y revueltos, sólo eso. Mientras que los hombres eran hombres y mujeres las mujeres, ella y sus hermanos eran niños para nombrarlos y vestirlos, como si algo de lo que eran para entonces hubiera sido perfectamente intercambiable, es decir, imposible de separar, como incluso los quehaceres cotidianos exigían constatarlo. Lo sabía el padre que compraba siempre cuatro duraznos rigurosamente idénticos, y lo sabía la madre que los dormía siempre con un idéntico beso y los juntaban para casi todo.
Mientras fueron niños Aura casi no sentía qué otra cosa además del nombre iba a poderla separar de sus hermanos, mientras fueron niños Aura casi no sentía que era ella la única mujer. Eran justo y solamente niños, temían a cosas invisibles y nada podía separarlos.
Ahora bien, hay siempre un día en que la madre determina compartir su miedo con sus hijos y así es como decreta el final de la niñez. Bernardina les dejó saber a ellos de repente que en la casa había problemas económicos, dijo “nosotros” y los incluyó de repente en este mundo, en el mundo particular de los que viven de manera muy modesta en el sur de Italia de los años 10, donde ciertas cosas se estaban acabando para siempre.
Fue así, Francesco y Paolo, los hermanos mayores, que apenas tenían cuerpo de muchachos, miraron a su madre fijamente por primera vez. Alguna parte de lo que de ese modo habían comenzado a ser se atemorizaba, pero otra –mucho más preciosa para ellos- se gratifica y casi celebra la invitación. Todo indica que sin ellos la vida no seguirá siendo vida en adelante. Todo indica que se han picado de la voluntad de componer las cosas a su modo. Aura misma recordó dos días antes cuando vio a su padre a las cuatro de la tarde separando monedas en la mesa, Francesco siempre tiraba torpemente las monedas, pero ahora las había estado separando, lentamente, como un niño y por eso Aura es quien fijó la mirada en la nada por primera vez. Alguna parte de lo que ella comenzaba a ser estaba desmedidamente triste y al revés de los hermanos no temía por ser capaz de componer las cosas a su modo, temía por la parte de la vida que se vuelve incorregible, temía que tal vez hubiera en el alma de su padre una región ahora inconsolable.
En ese momento ella tuvo una primera y refinada noción de la piedad, que era justamente la verdadera diferencia, la parte de su ser que no era intercambiable.
Aura y los hermanos recibieron su miedo natural a lo visible y de ese modo la madre decretaba el final de la niñez. Se habían separado de repente. Los hombres se habían vuelto hombres y la mujer ya era una mujer.

1 comment:

  1. Me encantó la forma en que determinas el paso de la fantasía a la realidad... el final de la niñez...
    Está muy lindo... Un abrazo.
    Cuky

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