Wednesday, April 8, 2009

A las cosas que odié


La lluvia



Si nevara en esta ciudad,
la gente no tardaría en escribir
lo que el tiempo no tardaría en borrar




Ver llover

Sé que la lluvia también es un dios, atroz como el otro, calmo como el otro. Lo sé porque veo a los hombres pronunciar alelados los dos nombres posibles de la lluvia en sus tardes más grises, diciendo:
ven y bórralo todo,
ven y llénalo todo.
Y siento la fe del hombre que trabaja por el premio de la lluvia, que es el agua misma que la tocó a ella, que la bañó a ella, en la que ella ya durmió. Y sé que a todos les espanta ese rumor a cuentagotas que viene con su misma cantata sin desuso y obliga a correr apresurados y cerrar las puertas de las casas que
de no ser así se llenarán de lluvia
y serán de la lluvia hasta caer.











También las cosas se desean
se allegan por eso por la sombra, cuando nadie las ve,
así como el hombre que camina por rozar la tierra que ella ya tocó,
en que ella ya durmió;
así como el agua de la lluvia,
yo,
así como el agua de la lluvia el que recibe el rozar de tus cabellos,
mujer -y no lo sabe-,
el que mira las cosas que tú ves y se estremece por un olor que fue primero tuyo, mujer, -y no lo sabe-.

Pues es verdad
también las cosas se desean,
igual que el río que en la tierra cae por tocarla, igual tu cuerpo dentro y fuera del aire,
pesando en la tierra y avanzando a trechos de luz.
Y es verdad que llueve, sobre el fondo pardo y recio de la tarde, llueve, sobre la espalda de la amante llueve solamente
y con el único fin
de que un tramo de luz se desplome de tus hombros, mujer, suele llover sobre los bordes raídos de la hierba, los bordes que mordió la brisa sólo para pasar sobre ti
-aunque no sepas-, aunque no aciertes a ver
que las cosas -inconscientes, silenciosas- se deslizan por el deseo de estar juntas.






Sé lo que dije:

la lluvia es un dios

y la estrechez de nuestras calles el anuncio de un tren
que se va definitivo,
cargado de prodigios;
el tren del día que se cobra
todas las cosas
que ya no conocerás,
lo que nunca te hará mal.

Sé que la lluvia
es tierra ceremonial
y por eso tú,
intacto,
vuelves a tu casa
huyendo del agua,
-soslayando el rumor-
pero sabiendo,
al final,
que esa mujer se adornaba con el agua
-flor de marfil-
que ella era bella por la lluvia
-pincel del aire-
y que el sonido repetido en cada calle
era ella
-rincón del mundo-
y que el rumor indescifrable
era su nombre
aún sin pronunciar,
porque al final,
el tren también es ella
que se va
con su beso detenido,
confundido entre las cosas que ya no sucederán.


Desierto

La tierra que jamás quiso tocar el agua
es el desierto que al norte está creciendo como un estrago de luz.
Pero los hombres que han visto el despoblado
-su amplitud sin sobresaltos-
saben que no es cierto que la tierra esté reseca por capricho,
o sin ninguna bondad;
es nada más su manera de mostrar
lo que transcurre bellamente sin nosotros.














2.

Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena
sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
un señor del desierto
que sabe
que,
como la sombra,
hay cosas que existen
con la fuerza de la luz
que las rechaza.





Nada se queda

No se queda el aire
no queda el verano,
no el grito
no las mujeres;
no queda ni el largo vacío de todo lo que parte.

Y si sigue el azul
sólo está aquí
como prueba del derribado paisaje.

Todo está huido:
las montañas
y las camadas de aves
y si aquí están los grillos
y las begonias
no es por dar luz
o porque existan
es porque todo lo que sembramos
fue hace ya tiempo quemado,
mezclado
en la fugitiva borrasca.

Tu crees que algo oculto nos queda
pero no es esto la espesura
la selva
es lo que desciende de tus cabellos.
No es nada más.
Y si nosotros quedamos
no es porque estemos aún en la tierra
es para estar atender a la migración,
a la costumbre de irse
que parecía tan natural
pero era,
justamente,
la cosa que dolía.











Quiero saber qué es la piedra
que tanto me conmueve
qué es en verdad,
la ruina que nombro.
También escribir es derrumbarse

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